En Puerto Rico, cada apagón eléctrico es mucho más que un problema de transmisión o generación: es una experiencia emocional colectiva que revive traumas, deteriora la calidad de vida y genera consecuencias multisectoriales. Como profesional de la salud mental, observo con profunda preocupación cómo estos apagones recurrentes afectan no solo el estado anímico de las personas, sino también su estabilidad social, física y económica.
Los apagones no ocurren en un vacío emocional. Para miles de puertorriqueños, la oscuridad repentina revive memorias del huracán María y de los terremotos del 2020. Son eventos que marcaron profundamente la salud emocional del país, dejando cicatrices visibles e invisibles. El sistema nervioso colectivo reacciona: se activan síntomas de ansiedad, recuerdos intrusivos, insomnio, miedo y sensación de desprotección. Lo que parecería ser una falla eléctrica se transforma, en muchas personas, en una reexperimentación traumática.
A esto se suma el efecto inmediato en la vida cotidiana: la pérdida de alimentos en hogares de bajos ingresos, la interrupción de tratamientos médicos en pacientes que dependen de equipos eléctricos, las fallas del sistema de comunicación, y la inseguridad que genera el no saber cuánto durará la crisis. El panorama se agrava para familias con adultos mayores, personas con diversidad funcional o niños pequeños, quienes quedan completamente expuestos a la incertidumbre.
El impacto emocional no es una impresión subjetiva, es un hecho documentado. Cada vez que ocurren apagones de gran escala en Puerto Rico, la Línea PAS de ASSMCA reporta un aumento significativo en las llamadas por crisis y situación emocional y crisis. Esto evidencia que el malestar emocional es real, urgente y necesita respuestas estructuradas.
Además, los apagones tienen repercusiones económicas graves: comercios pierden mercancía e ingresos, el turismo se ve afectado por la imagen de inestabilidad, y las familias enfrentan gastos adicionales para combustibles, plantas eléctricas o reposición de alimentos. El efecto dominó económico alimenta la desesperanza y agrava los factores de riesgo para trastornos de salud mental como la depresión, la ansiedad generalizada y el estrés agudo.
Frente a este panorama, los profesionales de la salud mental estamos llamados a actuar con responsabilidad social y compromiso ético. Podemos y debemos:
•Desarrollar estrategias de intervención sensibles al trauma colectivo, que ayuden a las personas a procesar recuerdos de eventos naturales pasados.
•Colaborar en programas comunitarios de prevención y apoyo emocional ante emergencias.
•Participar en el diseño de políticas públicas que integren la salud mental como parte esencial de la planificación de infraestructura y manejo de crisis.
•Proveer psicoeducación para fomentar herramientas de autocuidado y regulación emocional ante eventos fuera del control individual.
•Visibilizar la crisis emocional generada por la inestabilidad energética en medios de comunicación, instituciones educativas y foros públicos.
La salud mental de un pueblo no puede seguir siendo vista como un lujo o como un tema individual. Es un reflejo del entorno en que vivimos. Mientras no tengamos un sistema energético confiable, seguiremos viviendo con una amenaza constante que afecta cuerpo, mente y espíritu.
Sobre el autor:
El doctor Julio A. Cruz Rodriguez es Director del Centro de Apoyo Psicosocial y Recursos Educativos para el Desarrollo (CAPRED). Posee la licencia de Consejero Profesional del Departamento de Salud de Puerto Rico, una preparación en Consejería en Salud Mental de Lamar University en Texas, una certificación en Consejería Clínica en Salud Mental del Instituto de Desarrollo Integral y Evaluación y un credencial como Consejero Clínico en Salud Mental Licenciado para la Práctica Independiente por la American Mental Health Counselors Association. Es Consejero Nacional Certificado por la National Board for Certified Counselors. Posee licencia como Consejero en Salud Mental en el estado de Florida y como Consejero Profesional Clínico en el estado de Nevada. Tiene 10 años de experiencia en consejería, docencia y supervisión.
Muy de acuerdo con lo expuesto en su artículo. La salud mental debe ser considerada desde una perspectiva biopsicosocial, considerando la estabilidad emocional y psicológica del individuo desde sus interacciones con el entorno. Me gustaría agregar que desde mi punto de vista, la inacción o la falta de un plan por parte del gobierno, para manejar la situación del sistema energético contribuye en gran manera a la crisis que experimenta nuestro pueblo. Gracias por ser voz para el sector afectado por esta situación y crear conciencia en los lectores.